El relato titulado “Gracias”, de Pedro Cruz Vázquez, ganador del premio de narrativa del Colegio de Enfermería de Las Palmas 2008
Gracias (Pedro Cruz Vázquez) Una luz parpadeante en el panel de control se iluminó en la habitación 322 mientras en el monitor número 5 aparecía la imagen de la cama de José. Zuhnia dejó el café instantáneo bajo en calorías sobre la mesa, se ajustó el auricular inalámbrico y ergonómico con micrófono incorporado, homologado por la secretaría de salud laboral del colegio oficial de enfermeras especialistas en hospitalización no domiciliaria, y conectó el traductor simultáneo. -Buenas noches señor, ¿que desea? -, emitió una voz metálica a través de los altavoces situados en la cabecera de la cama 322. -Por favor, enfermera, ¿puede venir un momento?- susurró en un suspiro José. Zuhnia manipuló el joystick, ergonómico y homologado por la secretaría de salud laboral del colegio oficial de enfermeras especialistas en hospitalización no domiciliaria, para acercar ,con el zoom de la cámara de 20 megapíxeles de la habitación, el rostro del paciente mientras revisaba la batería de signos vitales recogida por los sensores de la cama y accedía tras escribir su clave alfanumérica de 8 caracteres a la historia del paciente traducida a su idioma, José Martínez Martínez, diagnóstico carcinoma de páncreas en fase terminal, NO RCP. -Señor Martínez, ¿que desea?- , repitió la voz metálica del traductor simultáneo a través de los altavoces. –Por favor enfermera, ¿puede venir un momento?, no me encuentro bien-. Zuhnia aplicó su pulgar sobre el lector de huellas dactilares del control y tras introducir una segunda clave alfanumérica de 8 caracteres accedió a una versión extendida de la historia de José. Nombre.- José Martínez Martínez • Métodos diagnósticos básicos incluidos, pruebas especiales precisan visado de inspección. Historia de enfermería en proceso de traducción – Señor Martínez, ¿podría indicarme exactamente que le ocurre para poder ayudarle?-, – ¡¡coño!! , que me encuentro mal, quiere venir, por favor-. Zuhnia, a través de sus auriculares, ergonómicos y homologados por la secretaría de salud laboral del colegio oficial de enfermeras especialistas en hospitalización no domiciliaria, escuchó una expresión intraducible junto a la insistencia en que acudiera a la habitación. El mes que viene sin falta en cuanto cobrase la nómina compraría el módulo de lenguaje coloquial para el traductor simultáneo, este mes, imposible. Zuhnia se consideraba afortunada no solo por la oportunidad de viajar que le ofrecía este trabajo sino por convivir con una cultura tan diferente a la suya. La mayor de 6 hermanos nació en una pequeña aldea de una de las pequeñas repúblicas en que se fragmentó la URSS a finales del siglo XX y desde muy pequeña quiso ser enfermera, aún recuerda el impacto que supuso en su mente infantil la llegada de un grupo de “médicos sin fronteras” a su aldea natal para una campaña de vacunación y en especial, la presencia de Luisa, una enfermera canaria que con tres palabras mal pronunciadas en un inglés que ninguna de las dos entendía y una risa que contagiaba a todos pasaba las tardes cogida de su mano paseando por los bosques cercanos. No puede olvidar como la colocaba en su regazo para recorrer las aldeas vecinas en un todo terreno a punto de romperse y como allí la dejaba ayudarle a entablillar brazos rotos, cambiar vendajes o simplemente a calmar el llanto de los más pequeños cuando les pinchaba las vacunas. Se sentía la niña más importante del mundo. Tuvo la suerte de que a su aldea había llegado la conexión a Internet un par de años antes con lo que en sólo 4 cursos consiguió su tan deseado título como “licenciada internacional en enfermería en régimen no presencial” por la universidad de Belgrado. Pensaba que cuan poco tenían que ver esas asignaturas con el trabajo que ella imaginaba, pero como le decía su padre, ¡lo primero es lo primero!, así que apretó los codos e incluso recibió un sobresaliente en “aplicaciones informáticas de la atención enfermera”, ya se imaginaba de aldea en aldea atendiendo a esos niños y recibiendo a cambio tantas sonrisas como había visto junto a Luisa. Fue sin duda ese recuerdo lo que la motivó a viajar a esa isla de la que ella procedía, por lo que inició el engorroso trámite de la homologación de su título, pasó con nota el examen de “facturación de diagnósticos de enfermería” y superó a la segunda con un aprobado raspado “Planes de cuidados RWANDA-Pin y Pon, taxonomía enfermera”. Esos niños tendrían que seguir esperando. Le costaba creer la suerte que había tenido. Apenas unos días después de homologar su título veía en “enferjob”, una página Web dedicada a ofertas de trabajo para enfermeras en todo el mundo el siguiente anuncio. “Federación de comunidades autónomas del reino de España y Catalunya. Se precisa enfermera para centro hospitalario en la comunidad autónoma insular de Gran Canaria”, a partir de ahí todo fue rápido, los contactos por E-mail, las llamadas telefónicas, hacer deprisa una maleta y las lágrimas orgullosas de despedida de su familia. Por fin, el primer trabajo, nada mas bajar del avión se dirigió a las oficinas de “The Coca-cola company” , una compañía de refrescos que había realizado una diversificación de negocio tras la crisis del 2009 introduciéndose en el negocio de la sanidad concertada y que tras el crack de la sanidad pública en la segunda década del 2000 había ganado todos los concursos públicos, si bien es verdad que los últimos consejeros de sanidad poseían increíbles chalet de lujo en la exclusiva zona de el valle de Jinamar que la gente había bautizado como “la chispa de la vida” . -Señorita, por favor puede venir de una maldita vez- Zuhnia observó el rostro sudoroso de José, segundos antes de que los sensores de humedad de la cama inteligente dieran paso a un completo aseo y cambio de ropa realizado con eficiencia mecánica por dos pares de brazos articulados que salían de debajo de la misma. -¡¡cojonudo!! , me estoy muriendo y me lavan el culo- gritó José intentando levantarse. De todo ello, Zuhnia solo entendió muriendo, ¡maldito traductor de segunda mano!, tecleó en la terminal de protocolos, agonía, ansiedad , de inmediato leyó en la pantalla, protocolo 211.25 reducción de la ansiedad en pacientes agónicos, en cuanto aceptó la propuesta se comenzó a infundir en el brazo de José una solución salina con un ansiolítico suave mientras por los altavoces de la cama manaba una música dulce, sedante, oriental, a la vez que una voz femenina, sensual casi cantaba –va a escuchar una grabación protegida por derechos de autor del colegio oficial de psicólogos y psicoterapeutas,…imagine que está en un pardo verde….-. José había sido siempre diferente, tan raro era que en su vida había tocado un ordenador. Vivía desde siempre en la casa de sus padres rodeado de esa naturaleza que tanto amaba. Su padre también había sido agricultor y desde que murió su mujer, siendo José apenas un niño dedicó su vida a sacar a su hijo adelante. Pasaban las tardes enteras paseando por el monte con el brazo de su padre sobre los hombros mientras le trasmitía la belleza que se escondía en cada rincón, en cada árbol, en cada animalillo que salía corriendo cuando se acercaban. Toda su infancia estaba plena de recuerdos maravillosos. Tenían hasta un rincón especial y secreto. Una peña escondida, rodeada de pinos que el viento hacía balancear como si un cuadro de bailarines acompasados les diera la bienvenida. Allí contemplaban la luna llena sobre un manto de nubes mientras su padre fumaba un cigarrillo, antes de que fueran ilegales, sin decir palabra, no hacía falta, solo sintiendo la armonía que da el saber que estás donde tienes que estar. Su padre murió en su casa, donde el quería, en la cama que había compartido unos pocos años con su único amor y apretando la mano de su hijo, ese hombretón en el que se sentía reflejado como en un espejo mágico que le devolviera a su juventud. Para José el amor fue breve pero irrepetible. Era rubia y tenía los ojos de un azul tan intenso que cuando lo miraba parecía que amaneciera. Aún recuerda cada noche de aquel invierno, tumbados frente a la chimenea después de abrir una botella de vino, desnudos bajo la manta contemplaba un mechón de pelo que caía sobre su cara mientras reía a carcajadas haciendo saltar el corazón de “Pepito”, como ella le llamaba. Pero la quería demasiado como para hacerle eso, había aprendido de su padre, ¡cómo lo echaba de menos!, que el universo conspira para que todos cumplamos en la vida el trabajo que hemos venido a hacer y que torcer ese mandato solo lleva a crear frustración e infelicidad. A la mañana siguiente, cuando José se despertó ella se había ido. Zuhnia, comprobó como la respiración de José se iba haciendo más acompasada, -señor Martínez, ¿se encuentra mejor?- José abrió apenas los ojos, bajo el efecto del sedante notaba como una niebla iba aturdiendo sus sentidos mientras la maldita música seguía arrullándole y la chica de la voz sensual insistía en llevarlo por verdes prados y blancas montañas con su mecánica liturgia –enfermera, no me deje morir como un perro solo quiero tener alguien a mi lado, me queda poco, será solo un momento-. Zuhnia apenas pudo entender las palabras entrecortadas de José, lo único evidente era que el fin estaba cerca y que poco más podía hacer por aliviar su sufrimiento por lo que marcó el número del medico de guardia, – estoy supervisando una extirpación de apéndice- le contestó, lo que quería decir que dormitaba frente a un monitor mientras robots quirúrgicos hacían el trabajo para el que estaban programados, – ya le pauto alguna cosa-. Segundos después Zuhnia comprobó en su monitor como empezaba a entrar el las venas de José la morfina que había ordenado el médico. -Señor Martínez le vamos a poner una medicina para ayudarle- escucho José entre tinieblas a la voz metálica del traductor. Cuando Zuhnia oyó a través de sus auriculares, ergonómicos y homologados por la secretaría de salud laboral del colegio oficial de enfermeras especialistas en hospitalización no domiciliaria, la última palabra que había pronunciado José no pudo evitar una sonrisa de satisfacción que se vio interrumpida por el sonido del monitor que advertía que el corazón de José había dejado de latir. El gerente del centro hizo entrega a Zuhnia de una placa reconociéndola como empleada del mes en un acto que quedó recogido en la red interna del centro y su rostro sonriente daba la bienvenida a los visitantes del hospital desde un holograma, mientras sostenía entre sus manos una botella de refresco sin cafeína. Ella pensaba cuan orgullosa se habría sentido Luisa de haberla visto. Las cenizas de José fueron remitidas al Excmo. Ayuntamiento de Tejeda que no sabiendo muy bien que hacer con ellas las depositó en un almacén ante la imposibilidad de encontrar a los parientes, que desde que se les había solicitado el copago de la enfermedad no cogían el teléfono. La casa de José fue convertida en museo local hasta que años después se cedió a una inmobiliaria para construir unos adosados en el terreno. Carmen, la supervisora de Zuhnia estaba encantada con que una de sus enfermeras fuera nombrada empleada del mes y la felicitó nada mas verla, -imagino que estarás contenta-le dijo mientras la abrazaba. Carmen se dio la vuelta dirigiéndose a su despacho para continuar con su trabajo pero, como pensándolo mejor, volvió a acercarse –por cierto Zuhnia, ¿como se dice “gracias” en tu lengua?-. Zuhnia garabateó en un papel “Jalah Peut Hay” – se escribe así, pero en mi lengua, “gracias” se pronuncia… “japuta”
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